En estos tiempos críticos, hay cada vez más razones para considerar seriamente dejar las ciudades y optar por una vida en el campo. Aunque algunas urbes pueden ofrecer un mejor ambiente para la familia y la educación de los hijos, la vida fuera de las ciudades proporciona una calidad de vida superior, tanto en términos físicos como espirituales. Es importante destacar que en las zonas rurales, las familias pueden disfrutar de un entorno más seguro, menos ruidoso y, sobre todo, menos violento, contrastando con el caos de las grandes metrópolis actuales.

Las ciudades hoy en día se han vuelto lugares de aglomeración, donde la inseguridad, la contaminación y la violencia afectan no solo el cuerpo, sino también el alma. Vivir en medio de tanto ruido y tentaciones puede erosionar nuestra salud mental y emocional. En cambio, el campo ofrece un respiro. La vida rural nos permite conectar de manera más profunda con la naturaleza, tener momentos de silencio edificantes y cultivar nuestra espiritualidad sin las distracciones constantes que las ciudades imponen. Este contacto con lo natural no solo es beneficioso para nuestro cuerpo, sino que también nos fortalece espiritualmente.

Un llamado espiritual

La Biblia nos advierte de los tiempos finales y de la importancia de saber cuándo huir de las ciudades. En Mateo 24:17, Jesús nos enseña que, en los días de tribulación, “el que esté en la azotea, no descienda para tomar algo de su casa”. De manera similar, en Marcos 13:15, se repite esta advertencia: “y el que esté en el campo, no vuelva atrás para tomar su capa”. Estas palabras de Jesús, dichas durante su profecía en el Monte de los Olivos, resaltan que en los momentos críticos que están por venir, debemos estar listos para abandonar rápidamente las ciudades y no mirar atrás.

Estos versículos no solo son advertencias de peligro físico, sino también de un peligro espiritual. Las ciudades, en su estado actual, están llenas de tentaciones que pueden apartarnos de Dios y de su propósito para nuestras vidas.

Voz y Verdad

Son, muchas veces, lugares donde la fe se diluye entre las innumerables distracciones, donde la presión social y las falsas promesas de éxito pueden llevarnos por caminos equivocados. Alejarse de estos “antros de perdición” nos da la oportunidad de construir un carácter más fuerte y centrado en los principios bíblicos, libres de la influencia negativa que impera en las ciudades.

Beneficios de la vida rural

Vivir fuera de las ciudades también proporciona múltiples beneficios físicos. En el campo, las actividades diarias están más conectadas con la naturaleza: la agricultura, la caza y la creación de huertas son solo algunas de las formas en que podemos ser autosuficientes. Estas actividades no solo mejoran nuestra salud física, sino que también nos alejan de la dependencia de la tecnología y de los medios de comunicación, tan predominantes en las ciudades. Nos brindan la oportunidad de vivir de manera más sencilla, sin las presiones de la vida urbana.

Un punto fundamental es la autosuficiencia alimentaria. En el campo, es posible producir nuestra propia comida, lo cual nos da un control directo sobre nuestra alimentación. Esto no solo es beneficioso para nuestra salud, sino que también nos prepara para un futuro incierto, en el que las ciudades, con sus sistemas dependientes del comercio global y la tecnología, podrían colapsar ante cualquier crisis mayor, como una tormenta solar o una guerra.

Preparación para los tiempos finales

Es crucial entender que las ciudades se convertirán en trampas mortales en los tiempos finales. Foros y discusiones en diversas esferas coinciden en que si el sistema actual llegara a caer, las ciudades serían los primeros lugares en sufrir. Un ejemplo claro es la dependencia que tenemos del suministro de energía eléctrica.

Si una tormenta solar o algún otro evento catastrófico afectara la red eléctrica y los servicios de internet, la vida en las ciudades se volvería insostenible. En cambio, en el campo, al estar más cerca de la autosuficiencia, las familias tendrían una mayor probabilidad de sobrevivir y continuar con sus vidas, sin depender de las infraestructuras tecnológicas que sostienen las grandes urbes.

Además, la amenaza de una guerra nuclear también es una realidad que no podemos ignorar. Las ciudades, por su densidad poblacional y su valor estratégico, serían los primeros objetivos en caso de un conflicto de esta magnitud. Por otro lado, en áreas rurales, alejadas de los centros de poder y tecnología, las posibilidades de supervivencia son mucho mayores.

El llamado final: Salir de las ciudades

Los versículos mencionados no solo nos advierten de un peligro inminente, sino que también son un llamado a la reflexión sobre la vida que estamos llevando. ¿Estamos dispuestos a dejar la comodidad y las “ventajas” de las ciudades para buscar una vida más plena, más sana y más en sintonía con Dios y su creación?

El campo ofrece una vida más tranquila, libre de las presiones del tiempo y del ritmo frenético de la ciudad. Aquí podemos encontrar paz, alejados del ruido, la contaminación y el estrés que las urbes generan constantemente. Es en este ambiente donde nuestra salud física y mental puede florecer, y donde nuestros hijos pueden crecer en un entorno más seguro, natural y orientado a valores espirituales.

Los tiempos finales nos exigen una preparación no solo física, sino también espiritual. Apartarnos de los centros urbanos nos dará la oportunidad de estar más conectados con Dios, de fortalecer nuestra fe y de edificar un carácter que esté listo para enfrentar las pruebas que vendrán.

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