Hoy en día, el mundo enfrenta una amenaza que, aunque se presenta con un rostro diferente al del pasado, sigue siendo tan peligrosa como siempre. Este nuevo comunismo, que se está imponiendo globalmente, ha evolucionado y se ha adaptado a los tiempos actuales, alejándose de las tradicionales luchas de clases y centrando su discurso en la opresión de grupos sociales específicos. Este cambio de enfoque ha permitido a la ideología comunista infiltrarse en diversas esferas de la vida diaria, afectando a la cultura, la política y la moralidad de las sociedades en las que se establece.

El comunismo de hoy ya no se centra en la lucha entre el proletariado y los capitalistas. En su lugar, ha adoptado una nueva narrativa en la que el “opresor” ya no es exclusivamente el capitalista, sino que este rol ha sido asumido por el hombre heteronormativo, blanco y cristiano. Según esta ideología, cualquier persona que cumpla con estas características es inherentemente opresora, independientemente de sus acciones individuales. Esto es un cambio significativo respecto al comunismo clásico, que se enfocaba en las relaciones económicas y de clase.

Este nuevo comunismo ha introducido una compleja jerarquía de opresores y oprimidos. La narrativa actual sugiere que los hombres son opresores por defecto, mientras que las mujeres, particularmente aquellas que pertenecen a minorías étnicas o raciales, son las principales oprimidas. Por ejemplo, una mujer blanca es vista como oprimida, pero una mujer negra lo es aún más. Esta lógica, basada en la interseccionalidad, no solo divide a las personas según su género y raza, sino que también promueve un resentimiento que fractura a la sociedad.

La agenda globalista detrás de esta ideología tiene un objetivo muy claro: alcanzar un supuesto paraíso igualitario en el año 2030, donde todas las diferencias raciales, religiosas y sociales sean eliminadas. Este objetivo, aunque presentado como un ideal de justicia y equidad, en realidad oculta un plan siniestro para despojar a los individuos de su identidad y someterlos a un control centralizado.

Este futuro utópico en realidad no es más que una fachada que esconde un intento de eliminar la diversidad humana bajo el pretexto de la igualdad.

El aborto es uno de los pilares de esta agenda. Presentado como un derecho fundamental de la mujer, el aborto se ha convertido en una herramienta de control poblacional. Lejos de ser una simple elección personal, la promoción del aborto como un “derecho” se enmarca dentro de una estrategia más amplia para reducir la población mundial. Esta estrategia no es nueva; tiene sus raíces en políticas establecidas hace décadas, como las discutidas en la Conferencia Internacional sobre la Población y el Desarrollo, celebrada en El Cairo en 1994. Allí se planteó la necesidad de reducir la población mundial para alcanzar un desarrollo sostenible, y el aborto fue identificado como un medio para lograrlo.

Los defensores del aborto utilizan términos como “interrupción voluntaria del embarazo” para suavizar la realidad de lo que realmente es: la terminación de una vida humana en el vientre materno. Este eufemismo es parte de una estrategia para hacer que el aborto sea más aceptable para el público en general, ocultando su verdadera naturaleza. Sin embargo, desde Voz y Verdad sostenemos que el aborto no es más que un genocidio silencioso que se justifica bajo la bandera de los “derechos reproductivos”.

El veganismo y el ecologismo radical son otros elementos clave de esta agenda. Aunque presentados como movimientos para proteger el medio ambiente y promover una alimentación más ética, en realidad forman parte de un esfuerzo más amplio para controlar lo que comemos y cómo vivimos. Estos movimientos buscan imponer una única forma de vida, despojando a las personas de su derecho a elegir su alimentación y estilo de vida. La promoción del veganismo no solo afecta la economía agrícola, sino que también tiene profundas implicaciones culturales y sociales, especialmente en comunidades donde la carne y otros productos animales son una parte integral de la dieta y la cultura.

Además, estos movimientos están estrechamente relacionados con la idea de “justicia climática”, que sostiene que las naciones ricas y desarrolladas son responsables del cambio climático y deben hacer sacrificios significativos para mitigar sus efectos. Sin embargo, esta narrativa ignora el papel de las naciones en desarrollo y cómo las políticas propuestas afectarían desproporcionadamente a las personas más pobres del mundo. Bajo la bandera del ecologismo, se promueven políticas que, en última instancia, podrían empobrecer aún más a las naciones en desarrollo y consolidar el control de las élites globales sobre los recursos naturales del planeta.

La politización de cada aspecto de la vida es un componente fundamental de esta agenda. No se trata solo de controlar lo que comemos o cómo vivimos, sino de transformar nuestra identidad misma. La idea es despojar a cada individuo de su identidad personal, cultural y religiosa, para que se convierta en un simple número en un sistema masivo de control. En este escenario, los individuos ya no se ven como personas con derechos y dignidad inherentes, sino como engranajes en una maquinaria global que puede ser ajustada o eliminada según las necesidades del sistema.

El peligro de este proceso de deshumanización no puede ser subestimado. La historia nos ha mostrado repetidamente que cuando los seres humanos son despojados de su identidad y reducidos a meros números, se abren las puertas a las atrocidades más terribles. El siglo XX nos dejó ejemplos claros de cómo los regímenes totalitarios utilizan la deshumanización para justificar la represión y el genocidio. Hoy, bajo el disfraz del progresismo y la justicia social, estamos viendo un resurgimiento de estas tácticas.

Desde Voz y Verdad, continuaremos exponiendo y analizando cada uno de estos temas, porque entendemos que el verdadero objetivo de esta agenda no es la felicidad o el bienestar humano. En lugar de promover una verdadera igualdad y justicia, lo que estas ideologías buscan es el control absoluto sobre nuestras vidas, destruyendo todo lo que nos hace únicos como individuos y como sociedades. Es crucial que estemos vigilantes y preparados para defender nuestra libertad, nuestra identidad y nuestros valores en un mundo que cada vez más intenta arrebatárnoslos.

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